Lenta caída: La Liga, jornada 38 (y última)

Terminaron a la vez la comedia y el drama, o en nuestro caso particular la tragicomedia. Esa variación tan española donde lo grotesco y lo sublimen se saludan. De todo lo ocurrido ayer lo más lamentable es el adiós, para siempre, de Valerón, quien no pudo milagrear de nuevo dejando al Depor en primera. Sin Valerón hay un poco menos de magia en el fútbol, los jugadores especiales como él están de capa caída, son una especie a extinguir dentro de este contexto moderno del juego muscular. El Flaco hacía bueno aquello de Rexach de que la pelota corre más que cualquier jugador.

No nos engañemos, lo del Deportivo el sábado era previsible. Mientras Celta, Mallorca y Zaragoza, esta goleado patéticamente, encima, se enfrentaban a rivales de vacaciones por Coruña pasaba una Real Sociedad brillante y hambrienta que se jugaba su propia gloria. En igualdad de motivación la victoria de la Real era lo natural; son, simplemente, mucho mejor equipo. El Depor lo intentó siempre y con todo, en la agonía tuvo sus oportunidades, dos postes incluidos y varios barullos solucionados por Bravo con manos prodigiosas. Pero no fue suficiente, el orden geométrico realista, su excelente posicionamiento y su juego armonioso y engrasado funcionaron como han venido funcionado desde  más allá de la mitad de la temporada; han sido uno de los mejores equipos del curso, uno de esos que merecía la pena pararse a mirar.

Aunque Montanier no olvidó los gritos de “Vete ya” que la grada le dedicó a primeros de temporada, se los guardó para sacarlos a final y despedirse. Se vuelve a la liga francesa, ese lugar excéntrico donde el Monaco revivido a base de millones rusos de sospechosa procedencia revienta el mercado y alista a Falcao (nada menos), quien desciende varios pisos en el escalafón de la competitividad y el futbol de verdad. Allá él.

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Junto al Deportivo, quien pese al descenso pinta mejor de lo que pintaba y tiene un entrenador en el cual confiar para el regreso, se despiden de Primer el Zaragoza y el Mallorca. Los maños llevan entre convulsiones más tiempo de lo recomendable, peleados contra su propia realidad y enredados en la presidencia tóxica, personalista, de Agapito Iglesias, uno de eso sultanes del ladrillo que hicieron fortuna en la España de la edad del nuevorriquismo.

El Mallorca, por su parte, deja la máxima competición (ejem…) después de dieciséis temporadas consecutivas. Se va un clásico, por tanto, uno de esos equipos a los cuales ya te has acostumbrado. Tuvo muchos y muy buenos momentos pero los últimos tiempos han sido de grisura, de indiferencia. Es un equipo raro, que nunca ha conectado ni con su afición, distante y fría. Así y todo los echaremos de menos como a esas cosas que siempre han estado ahí hasta que, un día, alguien las rompe por accidente.

La otra cara de la moneda, la que sonríe aunque tenga algún diente partido, la pone el Celta de Vigo. Agarrado a la categoría hasta el último día, dependiendo del genio de Iago Aspas, quizás el jugador más determinante de mitad de la clasificación para abajo. Contra el Espanyol ayer volvió a inclinar el partido a favor con una jugada individual que convirtió en gol de oro Natxo Insa. El año que viene el Celta ya no tendrá a Aspas, así que mejor haría en montar un equipo; los milagros solo se dan de uno en uno.

Por lo demás, tristeza. No, tristeza no, más bien hartazgo. Dos Ligas seguidas de 100 puntos son demasiadas, estamos en un contexto en el cual ni los records nos impresionan porque se baten de un día para otro. Prometemos volver el curso que viene, que si no será igual será tan parecido que solo un experto podrá diferenciarlo.

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