El fútbol es incientífico. La Liga. Jornada 26

Si me engañas una vez es culpa tuya, pero si me engañas dos veces la culpa es mía. Al Barça lo engañaron tres veces en poco más de dos semanas. Contra el Madrid en Copa repitió los mismos errores que le llevaron a la inanidad contra el Milán en la Champions. Un equipo lento, colapsado por el centro, blando atrás y con las ideas confusas que se pasa el balón esperando que algo ocurra en lugar de pasárselo para provocar que algo ocurra.

El partido de Liga fue tan feo y ortopédico como ver jugar a Pepe de centrocampista en un equipo lujoso y llenos de recursos. Los dos trasatlánticos de la Liga proporcionaron 90 minutos de horror y antifútbol. Si uno se fijaba bien en la imagen podía ver salir desde el banquillo local una columna de humo negruzco. Esta emanaba directamente de la cabeza repeinada de tanguista de Cristiano Ronaldo, una fiera competitiva en su mejor momento que se revolvía delante de aquel infraespectáculo.

Martí Perarnau definió a la perfección la actitud del Barça como la del boxeador al que ya le ha sacudido suficiente, demasiado. Se abrazaba al contrario pidiendo tregua y moviendo la pelota en una reproducción posmoderna de un legendario capítulo de los Simpson en el cual Homer veía un partido de fútbol televisado.

Como ninguno quería ganar, pues empataban. Pero el Madrid que se había conformado de salida con poner a su habitual segunda unidad liguera sobre el campo y ver que pasaba, agitó el partido con la salida de Cristiano, que exhibió su exuberancia física, y de un Arbeloa dedicado minuciosamente a rascar más de la cuenta por sistema. La cosa se enfangó y no se volvió más entretenida, solo más pedestre. Tan mala que hasta el villarato, esa conspiración intermitente, decidió descansar otra vez.

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Y en medio de todo aquel dolor de fútbol Segio Ramos enchufó un cabezazo a saque de córner y tres puntos más, tres puntos menos, trece en total. Es mucho, aunque parezca menos. Lo único que certifica esta nueva victoria es la naturalidad con la cual el Madrid la logró, no fue por superioridad como en la semis coperas, sino porque sí. Esa misma manera en la cual el Barça ganaba has antes de ayer los enfrentamientos directos, es solo cuestión de haberse tomado la medida.

Al Barcelona le falta naturalidad, piernas y cabeza. La enfermedad de Vilanova y su vacio en el banquillo han servido para demostrar dos cosas: que al Barça no lo entrena cualquier y es Tito no es un cualquiera.

El bajón de enero-febrero del equipo ya parece una tradición pero la tensión competitiva que Guardiola era capaz de mantener con su obsesivo control sobre todo lo que ocurría, ocurrió y ocurriría lo minimizaba. De mismo modo Vilanova atravesó con brillante un comienzo de Liga donde el Barcelona estaba muy mermado por al lesiones, llenando el equipo de parches y felices inventos. Además aprecia haber encontrado la solución a los problemas de cerrojazo que el último y más lento equipo de Guardiola había padecido. Frente a la calma y la ortodoxia metodológica Tito proponía vértigo, apertura y peligro constante en las dos porterías. Un Barça más ancho y más largo, más a campo abierto, de pases menso seguros pero definitivos.

Ahora el equipo ha vuelto a refugiarse en la línea dura del manual, pero ese ya lo han descodificado bastantes equipos y si a esa circunstancia se suma el bloqueo mental e institucional de jugadores y club el retrato queda torcido, desdibujado.

La parálisis afecta del campo a los despachos y viceversa y en medio Jordi Roura, puesto por el ayuntamiento, disimulando mientras el chándal no le llega al cuerpo.

Las voces más entusiastas del otro lado de la frontera ya recuerdan el grotesco desplome del Madrid galáctico de Queiroz en el curso 2004-2005. Nada es imposible, es cierto. Pero este Barça tiene a Messi y por muy grogui que esté con él le sirve para la competición doméstica. El Real Madrid salé ahora directo a Manchester con la excitación en su apogeo, pero los de Ferguson no son el Barcelona paralizado, sino un equipo tan perro como el Madrid más perro.

Aunque ya veremos porque a lo mejor todo esto no sirve para nada. Ya dice Juanma Lillo, ese pensador, que el fútbol es incientífico.

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